Wednesday, September 21, 2016



J O S H E L Í N  
 
Por Tito Benites Flores.

            Lamas, en el camino de su infinita e indiscutible historia, sirvió como morada enaltecida, de donde emergieron y florecieron connotados y múltiples artistas que produjeron y practicaron con efusión encumbrada el arte de la música, sea en perfil individual o agrupado. Artistas que, siendo empíricos o profesionales, han justificado en el proceso del tiempo, su talento natural o cultivado, mostrándose considerablemente como: compositores, cantautores, instrumentistas o cantantes de aptitudes merecidas. Pues sin considerar a las bandas orquestales o de grupo que en su momento colectivizaron conciertos y espectáculos deleitables y que obviamente existieron muchas; sin embargo fueron los intérpretes o solistas que despuntaron fundamentalmente en el arte musical, quienes haciendo uso de sus voces cadenciosas como instrumento vital sonoro, expresaron y comunican aún  sus mensajes melódicos al público. 
   
            Como preámbulo y analizando exclusivamente a los más referentes y como es lógico deliberar con la omisión inadvertida de otros, citaremos por ejemplo a Rubén Díaz López, nacido en nuestra ciudad en la década del cuarenta y llevado por sus padres a la capital a los ocho años, es una muestra perceptible del tema que nos ocupa. Díaz López con su grabación “Nunca es tarde para un sueño” con el acompañamiento musical del maestro Julio Aguayo, nos hace juzgar eficazmente el buen registro de voz y capacidad de intérprete lamista que poseía,  tan igual como lo disfrutan: Charito Tapullima, Reiser Vásquez, Ronald Reátegui, Washington Luna, Juan Ríos, las hermanas Gladys, Zoila y Maricielo Saavedra Reátegui, y Jhonny Díaz Zamora, reitero sólo por numerar a algunos de ellos y que por desdicha para Lamas, los designados, raudamente emigraron pronto a otras latitudes. 
              
            Ahora, más que diagnosticar o comparar globalmente el fondo reflexivo y justiciero del argumento, la historia musical de Lamas en un santiamén nos va a evocar la designación imprescindible de un glorificado artista, que por su dedicación absoluta, firmeza, terquedad y triunfos cosechados en favor de nuestra sociedad y su cultura; en definitiva y sin mayores deliberaciones, es el símbolo absoluto que personifica a todos los señalados inicialmente, incluyendo a los relegados. Su nombre: José Reátegui Sandoval o simplemente “Joshelín”.  
     
            Es que Joshelín nació para el arte, y la fuerza del espíritu del arte estaba en Joshelín. Dueño de una impostada y primorosa voz que le valió básicamente para conquistar espacios eminentes en el mundo complicado y competitivo de la música. Con Joshelín, ganó Lamas y San Martín, cuando su voz discurrió encumbradamente por los diferentes contextos nacionales e internacionales de la acariciada  platea musical. José Reátegui Sandoval nació en el barrio de Quilluallpa, el 24 de noviembre de 1949, de sus padres José Reátegui Reátegui, sastre perfeccionista, pero sobre todo filarmónico por antonomasia y Wilidora Sandoval Panduro que con humildad de madre perfeccionó sólidamente el camino predestinado de nuestro prospectivo y enaltecido artista. Desde muy niño poseía una voz de bello timbre e intuición activa, voluntad extraordinaria y aptitud privilegiada para el canto, el mismo que se vigorizó, con el adecuado encaminamiento que le proporcionaba su prevenido progenitor. En el Jardín de Infancia N° 250 durante la etapa de aprestamiento sonoro, su maestra María Sol Sol de Torres y en particular en la primaria, el preceptor de la Escuela Fiscal N° 12053  Teobaldo Guerrero, ya habían descubierto su  talento, ya que Joshelín desde muy infante se inmiscuía en la actividad artística, al participar continuamente como solista en las diversas efemérides del calendario cívico-escolar. Es que él germinó, ascendió y se educó en un círculo exquisito lleno de afectuosidad y rodeado de  elementos sonoros, como instrumentos de cuerdas, pulsaciones y refinadas voces que con satisfacción y apego, asiduamente hacían brotar su padre y sus amigos músicos allegados a la casa, permitiendo entonces que, en ese ambiente halagüeño se fuera desarrollando el espíritu del niño y cobrando cada vez más amor e interés holista a las artes musicales. 
        
            La G.U.E. de Varones  “Martín de la Riva y  Herrera”, su alma máter, le abre sus puertas, para incorporarse como percusionista en su gloriosa banda de música; en donde con el oportuno consejo del sacerdote Lázaro Bengoechea Echarri y su maestro Luis Alberto Bruzzone Pizarro, pueda afianzar con propiedad su facultad de artista. Es que Bengoechea, refinado músico por excelencia y Bruzzone con sus dotes enciclopédicas que poseía, sabían que la voz del alumno registraba una tesitura de barítono natural y por consiguiente sencillamente necesitaba cultivarla, en base a los ejercicios fonológicos de rutina. Paralelamente, Joshelín ya integraba una pequeña orquesta acústica que había fundado su padre, junto a su cuñado Bilián Sandoval Panduro el año 1962, donde Joshelín,  marcaba el ritmo y el compás, tocando muy bien los instrumentos de golpe, como el jazzband o batería.   

            En el colegio, se inclina por la música de la nueva ola, el rock clásico y el género romántico, emulando a la primera voz de Los Doltons, con canciones referentes como: Nila, El Último beso, Sigue lloviendo, La ventana, Gloria, El amor, etc. En aquella época ya había hecho amistad, con su amigo de andanzas juveniles y compañero artístico Ricardo Enrique Flores Peñaherrera, coadjutor de grandes tertulias poéticas y composiciones armoniosas.  
     
            En septiembre de 1969, participa en el aniversario de Radio Tropical de Tarapoto, donde cantó meritoriamente el tema “Soy culpable” del chileno Patricio Renán, acompañado de Juan Bravo Landivar en el teclado, certamen en el cual Joshelín llegó a la final, conjuntamente con Pepe Linares, la conocida voz de la “Jhonny And Coco” de Lamas y más después del “Trío los Incas” de Tarapoto. 

            Viaja a Lima donde inicia sus estudios de Administración de Empresas en la Universidad Federico Villarreal, en el cual alterna con la música para poder ayudarse  y sufragar su irresuelta carrera profesional. En diciembre de 1971, Joshelín regresa a San Martín, año que se integra con Ronald Ramírez y Polito Ramírez para fundar el grupo “Media Noche”, donde  llegan a grabar dos temas referentes: “Danzarina” y “Vagabundo soy”, con el arreglo musical del maestro Víctor Cuadros. Esta última canción la  compuso a los catorce años, estando en el Tercer Año de Secundaria, en que  él descubre en definitiva su aptitud creadora, que estaba predestinado para el arte musical y contundentemente convertirse en el “Príncipe del lenguaje musicalizado” en San Martín y el Perú. 

            Participa con laureles extraordinarios en el Festival de Barranca, en una fecha especial que quedó grabado en la mente de Joshelín,  donde ante la ovación indescriptible de un auditorio selecto y colmado de espectadores, cantó “Hermano Cristo”. No podía ser de otra manera, el contenido retórico y el mensaje místico del tema musical, tuvo la  unánime aceptación y las loas retumbantes de la multitud concurrente;  pues según sus propias confesiones, aquella noche, él sintió que Dios llegaba a su  inconsolable corazón.                
            Joshelín ya es un elegido del arte y ampliamente conocido en el Perú, cuando la empresa discográfica “Sonoradio” lo acoge para grabar el álbum glorificado de ternura, con nomines románticos que marcaron una época inolvidable en el Perú y más allá de sus confines, como: 24 Horas, Llora Llora Corazón, Engañada, En otra parte del camino, Sombras, Une tu piel a mi piel, etc. Joshelín ya es un artista consagrado y el Perú musical se rinde a sus pies. Su espíritu despierto y su atractiva figura corporal, hizo que goce por si solo de privilegiadas simpatías y seguidores de todos quienes le circundaban, con particularidad de féminas y doncellas que le requerían tal cual divo, que dio motivo para que aparezcan los clubes de fans en Tarapoto, Huánuco, Pucallpa, Iquitos y en la costa peruana. Las radioemisoras de las principales ciudades del país, difunden con gran éxito sus canciones, promoviendo admiración y su consagración categórica; para que Joshelín pueda pasear triunfalmente su idoneidad y mensaje musical, por  los países hermanos de Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela; llevando perennemente con regodeo en su alma, el nombre de su rememorada Lamas, que lo vio germinar. 

En el otoño del año 1977, conoce a la bella tarapotina Milegnith Del Carmen Arévalo Torres, con quien entabla una amistad sincera,  apasionada y con recados convergentes, cuyo vínculo amoroso confluye en feliz matrimonio, que se llevó a cabo el 27 de octubre de 1979, unidad conyugal que valió para fructificar tres hijos: Kristopher, José Gabriel y Franko Joshelín.
      
            Subsiguientemente y para no ser considerado como un incógnito o aldeano de la música, Joshelín, encumbra y fortifica su perenne carrera artística, a inicios de la década del 80, cuando representa al Perú, en el acreditado Festival Musical de la OTI, evento de notoriedad continental, que con resonancias pomposas se desarrollaba, en la ciudad de Santiago, república de Chile.  
  
            Debido a su enorme popularidad y reputación alcanzado, es contratado por la cervecería San Juan de Pucallpa, e ingresa a trabajar en el área de Relaciones Públicas, donde compone canciones dedicadas a la empresa ucayalina, que permitió consolidar la imagen, la comercialización y el prestigio de la organización cervecera en el país y fuera de sus fronteras. Igualmente aprovecha la ocasión, para grabar una copla casi anónima y desdeñada en el tiempo,  canción intitulada “El gallinazo”, que surgió producto de una visita de trabajo al camal de la ciudad ucayalina. Pucallpa le brinda fama, satisfacciones profesionales y económicas, pero a la vez circunstancias espinosas y lamentables, como el fortuito accidente aéreo de una pequeña avioneta que llevaba en su interior a Joshelín,  incidente  que  ocasionó el lisiado perdurable  de su pierna izquierda. 
           
            Pero Joshelín es consciente que su universo, disposición y labor es eminentemente artística y retorna a San Martín a proseguir con el designio emprendido, indagando y generando corolarios musicales encumbrados. Ahora innova su mirada y perspectiva de género acústico;  incursionando con pasión por los ritmos con acento popular y efecto latinoamericano; idea que mantenía siempre latente en su fibra hacedora, a razón de su rauda gira efectuada a la república altiplánica de Bolivia. Entonces en Tarapoto promueve, organiza  y crea agrupaciones folklóricas, como: Pajatén, Cosecha y Takarpo, de donde germinan hermosísimas canciones con testimonios regionales como: Chuí Chuí, el Canoero, Linda yanasita, etc.  
  
            Fruto de ese cambio de parecer musical, rematan un ramillete de tonadillas folclóricas, cuyos títulos no menos sustanciales son: América, a Latinoamérica, Soy amazónico, a ti San Martín, Eres como un ángel, Soy ecológico, Flor de montaña, La cosecha, Potranca, Pueblo escucha pueblo, Campanero, Mamaquero, Hay que vencer al rival,  Mujer, Hombre, Palomita de ojos negros, Pajarito y palomita,  Alahuita mi juanita, Paloma de la paz, Huascan Boys de Lamas, etc. 

            El 15 de junio de 1994 durante el primer gobierno municipal del Profesor Dílfrido Soria Diaz; mediante certamen de convocatoria regional, Joshelín se inmortaliza y pasa a la historia, al crear la letra y música del Himno a Lamas. La premiación, los honores y el reconocimiento de tan singular acontecimiento se llevan a cabo la noche del 2 de julio en acto público. Finalizada la multitudinaria ceremonia, la ciudad soporta una torrencial lluvia;  entonces es cuando, portando su diploma de honor y su medalla dorada; se acerca a su amigo Tito Benites Flores, otro de los homenajeados por ser el autor del Escudo oficial de Lamas, para decirle aquella profecía: “Así llovió en Bonn (Alemania) el día que Beethoven compuso el ‘Himno a la Alegría’ del poeta Schiller en el siglo XVII, como también, así llovió el día sus funerales”.   
     
            La noche del domingo 25 de septiembre del 2005, su tierra natal repentinamente es estremecida por un movimiento de tierra, que origina secuelas apesadumbradas de carácter irreparable, material y psicológico. Joshelín no está ajeno al dolor de su pueblo y percibiendo  la magnitud del suceso, con celeridad compone dos temas referentes y tributados al momento coyuntural que se vivía: “Terremoto” y “Bienvenidos a Lamas”. Equivalente a ello, produce ritmos innovados con acentos modernos, lentos y corridos, algunos tipo rock pop, como por ejemplo: Estibadores de mi país, Si te pica la isula, Volverás, Indano, Cenizas, Paloma mía,  Se llama Juan,  Asamblea verde, Rock de Paco; como también  compone “Jesús cordero de Dios”, un infalible himno sacrosanto de perfil piadoso que llega favorablemente  a los oídos e  inquietudes  de la feligresía católica, evangélicas y de las demás sectas religiosas de San Martín.  
               
            Posteriormente, la ascendente carrera artística de Joshelín, está reflejada en explícitos triunfos primorosos, merced a su creatividad, imaginación, sensibilidad y fuerza de su arte. Conquistas y galardones consecutivos en diferentes certámenes musicales, como lo obtenido  en el Festival de la Amazonía Peruana realizada en Iquitos en 1995; y por la Empresa de telefonía CLARO el año 2013 en Lima. Autor de piezas bellísimas de tierna y realzada sensibilidad y de  composiciones extraordinarias y coplas, donde canta a la naturaleza, el medio ambiente, la ecología y al cuidado del planeta tierra. Asimismo es creador intelectual de himnos y partituras dedicadas a diferentes distritos y pueblos de la región San Martín. 

            Admirador confeso de los solistas cubanos Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, y las bandas inglesas The Beatles y The Rolling Stones. 
   
            Joshelín es un artista que, a través de su música, siempre intentaba expresar emociones y describir las verdades más profundas, mediante los sentimientos personales de carácter tradicional, popular y nacional. Practicó y cantó diferentes géneros, desde un estilo post-romántico, luego romántico, rock clásico, micro tonal, folklórico y hasta música de vanguardia. En sus interpretaciones buscaba socializar “melodías de cada día”, es decir natural, amena y sencilla, que pudieran llegar a la lucidez de los niños. A través de su arte buscó siempre la belleza perfecta y fue un constante creador de la hermosura, utilizando palabras, ritmos, melodías y armonías de una forma encantadora al oído y al espíritu. A veces con esa energía, franqueza y sencillez que le caracterizaba, lo escuchábamos decir: “Para que la sociedad cambie, primero el mundo debe cambiar de nuevo”. Más que dinero, el arte  me ha dado satisfacciones personales, mucho cariño y sobre todo grandes amigos, que es lo más importante en vida, advertía siempre.

            Como músico floreció tan preocupado y con perseverante disposición para trabajar. Amó tanto su profesión que se dedicó de manera completa en buscar sonidos y  preparar  textos que suenen con hondura esperanzadora como el canto simple del “Chuí Chuí”, o las melodías con ternura y apego de sus “24 horas” que continúa expresando suspiros  y  pulsaciones hondas en el corazón de los hombres y mujeres, que saben conjugar el verbo amar. Con su voz acompasada buscó una propuesta innovadora, y lo encontró con sus letras hechas poesía y sus poemas hechos canción. Y por eso el “Himno a Lamas”, donde al componerlo puso todo su amor e identificación por su pueblo, perdurará  intangible y venerado en el paso imperecedero de los tiempos.  
 
            El viernes 02 de abril de 2013 y por Semana Santa, Joshelín aparece por última vez en público y tal vez anunciando que la crisis final está muy cercana, victoriosamente se despide en el Wayku de Lamas, cantando el misericordioso tema “Jesuscristo” del brasileño Roberto Carlos. El epítome de esta presentación ante la muchedumbre, fue el último rayo de luz de su vida. 
        
 Pues, el camino vivencial de un hombre colmado de categóricos triunfos, se une a la enfermedad para provocar como en todo ser mortal, el ominoso desenlace. En la segunda mitad del año 2014, le aparece una severa constricción al intestino delgado y tiene que ser evacuado de emergencia al hospital Casimiro Ulloa de Lima, donde reposa en su lecho silencioso, asistido por su médico de cabecera, con quien conversa apaciblemente sobre arte y la peculiaridad de la selva peruana. El contexto coyuntural difícil que vivía el artista y su familia, hace que las ciudades de Lamas, Tarapoto y la región San Martín, lancen sus recados de solidaridad para neutralizar el  aciago  momento,  pero para la hora del  relámpago final, ya nada vale. Pero Joshelín tiene esperanzas de sanar sin que él, se dé cuenta real de lo que sucede, pero aun así, sintiéndose mal, lejos de su tierra y sin la anuencia de los médicos, exige tercamente que le regresen a San Martín para prolongar su recuperación; petición aciaga que se cumple el 20 de agosto, y ser internado en el hospital EsSalud de Tarapoto. A partir de allí, la luz de la gloria de Joshelín se va elevando sobre el horizonte celestial, mientras que su cuerpo, se va desnivelando perceptiblemente hacia lo inevitable. El 02 de septiembre empeora, a tal extremo que ya no puede hablar, menos cantar, pero sí con su letra algo ilegible logra escribir en un papel: “Os ruego que mi corazón sea depositado en mí querida Lamas”. A las 6.20 a. m. en la aurora del día 04, al ritmo isócrono del amor y una cándida melodía; y producto de una septicemia letal, la impostergable e inexorable  muerte viene a recogerle y la voz en activo del gran Joshelín se apaga eternamente. Y es que la vida de los grandes inspiradores, muchas veces disfrutan de sus bemoles analogías, o tal vez sus puras coincidencias ya trazadas con antelación; porque igualmente, 40 minutos después, deja de latir el corazón de otro magnánimo de la música moderna, el idolatrado Gustavo Adrián Cerati, mítico líder (guitarrista y vocalista) de la banda argentina Soda Stereo. Aquel día, marcó  una fecha fatídica, donde la historia y el destino unían sus voces para cantar su coral: “todos los hombres tienen que morir”. Un peruano nacido en Lamas y un argentino nacido en Buenos Aires, vuelan juntos a la eternidad, para cantarle a Dios y a los ángeles, cada uno con su estilo propio y sus posibilidades artísticas, bellas inspiraciones y recados llenos de pasión, paz, integración y justicia social.   
                                                                    
El día 06 en una mañana sombría, en recorrido desde Tarapoto, el féretro con los restos físicos de Joshelín ingresan a su tierra natal, donde es recibido por el pueblo con olores de multitud, honores protocolares y enormes gratitudes, al ritmo marcial de la letra y música del Himno a Lamas que él había erigido; para que inmediatamente la ciudad soporte una tempestuosa lluvia, tal como el mismo lo había dicho al autor de esta crónica, la noche del sábado 02 de julio de 1994, recordando al genial compositor alemán Louis Van Beethoven, el sublime  creador universal de bellas e inmortales sinfonías. 
 
A la edad de 65 años, se extinguió la vida de uno de los más grandes creadores de la inspiración, que proveyó la historia musical de Lamas, el que con su predilecta voz y sus sonidos regulados, supo hacer escuchar los aplausos más delirantes de la platea sonora en el Perú y Sudamérica. Dios quiso convocarlo a su lado, para que arriba, junto a su padre don José Antonio toque convenientemente la guitarra y Joshelín imponga su exquisita voz; y entonces Gunther su hermano, cogiendo la paleta de sugestivos colores, logre dibujar un lienzo enfundado de líneas y matices que expresen mensajes rebozados de unidad, solidaridad, fraternidad, luminosidad y afinidad colectiva, para  que Lamas, San Martín y la sociedad  peruana, canten en ronda su ansiado desarrollo integral con equidad y  bienestar para todos.  


Una fría y obscurecida cruz de madero sembrado frente al pabellón “Santa Cruz de los Motilones” del cementerio “San Gabriel Arcángel” de la ciudad tricentenaria, nos perpetúa que después de todo, ahora solamente lo terrenal nos separa de él;  como también su existencia y en particular su notable obra sonora plasmada con propiedad y originalidad; subsistirá, reverenciado y eternamente en nuestras recónditas percepciones y benévolo espíritu. 



TITO BENITES FLORES