J O S H E L Í N
Por Tito Benites Flores.
Lamas,
en el camino de su infinita e indiscutible historia, sirvió como morada
enaltecida, de donde emergieron y florecieron connotados y múltiples artistas
que produjeron y practicaron con efusión encumbrada el arte de la música, sea en
perfil individual o agrupado. Artistas que, siendo empíricos o profesionales,
han justificado en el proceso del tiempo, su talento natural o cultivado,
mostrándose considerablemente como: compositores, cantautores, instrumentistas
o cantantes de aptitudes merecidas. Pues sin considerar a las bandas orquestales
o de grupo que en su momento colectivizaron conciertos y espectáculos deleitables
y que obviamente existieron muchas; sin embargo fueron los intérpretes o
solistas que despuntaron fundamentalmente en el arte musical, quienes haciendo
uso de sus voces cadenciosas como instrumento vital sonoro, expresaron y
comunican aún sus mensajes melódicos al
público.
Como
preámbulo y analizando exclusivamente a los más referentes y como es lógico
deliberar con la omisión inadvertida de otros, citaremos por ejemplo a Rubén
Díaz López, nacido en nuestra ciudad en la década del cuarenta y llevado por
sus padres a la capital a los ocho años, es una muestra perceptible del tema
que nos ocupa. Díaz López con su grabación “Nunca es tarde para un sueño” con
el acompañamiento musical del maestro Julio Aguayo, nos hace juzgar eficazmente
el buen registro de voz y capacidad de intérprete lamista que poseía, tan igual como lo disfrutan: Charito
Tapullima, Reiser Vásquez, Ronald Reátegui, Washington Luna, Juan Ríos, las
hermanas Gladys, Zoila y Maricielo Saavedra Reátegui, y Jhonny Díaz Zamora,
reitero sólo por numerar a algunos de ellos y que por desdicha para Lamas, los
designados, raudamente emigraron pronto a otras latitudes.
Ahora,
más que diagnosticar o comparar globalmente el fondo reflexivo y justiciero del
argumento, la historia musical de Lamas en un santiamén nos va a evocar la
designación imprescindible de un glorificado artista, que por su dedicación
absoluta, firmeza, terquedad y triunfos cosechados en favor de nuestra sociedad
y su cultura; en definitiva y sin mayores deliberaciones, es el símbolo absoluto
que personifica a todos los señalados inicialmente, incluyendo a los relegados.
Su nombre: José Reátegui Sandoval o simplemente “Joshelín”.
Es
que Joshelín nació para el arte, y la fuerza del espíritu del arte estaba en
Joshelín. Dueño de una impostada y primorosa voz que le valió básicamente para
conquistar espacios eminentes en el mundo complicado y competitivo de la
música. Con Joshelín, ganó Lamas y San Martín, cuando su voz discurrió
encumbradamente por los diferentes contextos nacionales e internacionales de la
acariciada platea musical. José Reátegui
Sandoval nació en el barrio de Quilluallpa, el 24 de noviembre de 1949, de sus
padres José Reátegui Reátegui, sastre perfeccionista, pero sobre todo
filarmónico por antonomasia y Wilidora Sandoval Panduro que con humildad de
madre perfeccionó sólidamente el camino predestinado de nuestro prospectivo y
enaltecido artista. Desde muy niño poseía una voz de bello timbre e intuición
activa, voluntad extraordinaria y aptitud privilegiada para el canto, el mismo
que se vigorizó, con el adecuado encaminamiento que le proporcionaba su
prevenido progenitor. En el Jardín de Infancia N° 250 durante la etapa de
aprestamiento sonoro, su maestra María Sol Sol de Torres y en particular en la
primaria, el preceptor de la Escuela Fiscal N° 12053 Teobaldo Guerrero, ya habían descubierto
su talento, ya que Joshelín desde muy
infante se inmiscuía en la actividad artística, al participar continuamente
como solista en las diversas efemérides del calendario cívico-escolar. Es que
él germinó, ascendió y se educó en un círculo exquisito lleno de afectuosidad y
rodeado de elementos sonoros, como
instrumentos de cuerdas, pulsaciones y refinadas voces que con satisfacción y
apego, asiduamente hacían brotar su padre y sus amigos músicos allegados a la
casa, permitiendo entonces que, en ese ambiente halagüeño se fuera desarrollando
el espíritu del niño y cobrando cada vez más amor e interés holista a las artes
musicales.
La
G.U.E. de Varones “Martín de la Riva
y Herrera”, su alma máter, le abre sus
puertas, para incorporarse como percusionista en su gloriosa banda de música;
en donde con el oportuno consejo del sacerdote Lázaro Bengoechea Echarri y su
maestro Luis Alberto Bruzzone Pizarro, pueda afianzar con propiedad su facultad
de artista. Es que Bengoechea, refinado músico por excelencia y Bruzzone con
sus dotes enciclopédicas que poseía, sabían que la voz del alumno registraba
una tesitura de barítono natural y por consiguiente sencillamente necesitaba
cultivarla, en base a los ejercicios fonológicos de rutina. Paralelamente,
Joshelín ya integraba una pequeña orquesta acústica que había fundado su padre,
junto a su cuñado Bilián Sandoval Panduro el año 1962, donde Joshelín, marcaba el ritmo y el compás, tocando muy
bien los instrumentos de golpe, como el jazzband o batería.
En
el colegio, se inclina por la música de la nueva ola, el rock clásico y el
género romántico, emulando a la primera voz de Los Doltons, con canciones
referentes como: Nila, El Último beso, Sigue lloviendo, La ventana, Gloria, El
amor, etc. En aquella época ya había hecho amistad, con su amigo de andanzas
juveniles y compañero artístico Ricardo Enrique Flores Peñaherrera, coadjutor
de grandes tertulias poéticas y composiciones armoniosas.
En
septiembre de 1969, participa en el aniversario de Radio Tropical de Tarapoto,
donde cantó meritoriamente el tema “Soy culpable” del chileno Patricio Renán,
acompañado de Juan Bravo Landivar en el teclado, certamen en el cual Joshelín
llegó a la final, conjuntamente con Pepe Linares, la conocida voz de la “Jhonny
And Coco” de Lamas y más después del “Trío los Incas” de Tarapoto.
Viaja
a Lima donde inicia sus estudios de Administración de Empresas en la
Universidad Federico Villarreal, en el cual alterna con la música para poder
ayudarse y sufragar su irresuelta carrera
profesional. En diciembre de 1971, Joshelín regresa a San Martín, año que se
integra con Ronald Ramírez y Polito Ramírez para fundar el grupo “Media Noche”,
donde llegan a grabar dos temas referentes:
“Danzarina” y “Vagabundo soy”, con el arreglo musical del maestro Víctor
Cuadros. Esta última canción la compuso
a los catorce años, estando en el Tercer Año de Secundaria, en que él descubre en definitiva su aptitud
creadora, que estaba predestinado para el arte musical y contundentemente
convertirse en el “Príncipe del lenguaje musicalizado” en San Martín y el
Perú.
Participa
con laureles extraordinarios en el Festival de Barranca, en una fecha especial
que quedó grabado en la mente de Joshelín,
donde ante la ovación indescriptible de un auditorio selecto y colmado
de espectadores, cantó “Hermano Cristo”. No podía ser de otra manera, el
contenido retórico y el mensaje místico del tema musical, tuvo la unánime aceptación y las loas retumbantes de
la multitud concurrente; pues según sus
propias confesiones, aquella noche, él sintió que Dios llegaba a su inconsolable corazón.
Joshelín
ya es un elegido del arte y ampliamente conocido en el Perú, cuando la empresa
discográfica “Sonoradio” lo acoge para grabar el álbum glorificado de ternura,
con nomines románticos que marcaron una época inolvidable en el Perú y más allá
de sus confines, como: 24 Horas, Llora Llora Corazón, Engañada, En otra parte
del camino, Sombras, Une tu piel a mi piel, etc. Joshelín ya es un artista
consagrado y el Perú musical se rinde a sus pies. Su espíritu despierto y su
atractiva figura corporal, hizo que goce por si solo de privilegiadas simpatías
y seguidores de todos quienes le circundaban, con particularidad de féminas y
doncellas que le requerían tal cual divo, que dio motivo para que aparezcan los
clubes de fans en Tarapoto, Huánuco, Pucallpa, Iquitos y en la costa peruana.
Las radioemisoras de las principales ciudades del país, difunden con gran éxito
sus canciones, promoviendo admiración y su consagración categórica; para que
Joshelín pueda pasear triunfalmente su idoneidad y mensaje musical, por los países hermanos de Bolivia, Ecuador,
Colombia y Venezuela; llevando perennemente con regodeo en su alma, el nombre
de su rememorada Lamas, que lo vio germinar.
En el otoño del año 1977,
conoce a la bella tarapotina Milegnith Del Carmen Arévalo Torres, con quien
entabla una amistad sincera, apasionada
y con recados convergentes, cuyo vínculo amoroso confluye en feliz matrimonio,
que se llevó a cabo el 27 de octubre de 1979, unidad conyugal que valió para
fructificar tres hijos: Kristopher, José Gabriel y Franko Joshelín.
Subsiguientemente
y para no ser considerado como un incógnito o aldeano de la música, Joshelín,
encumbra y fortifica su perenne carrera artística, a inicios de la década del
80, cuando representa al Perú, en el acreditado Festival Musical de la OTI,
evento de notoriedad continental, que con resonancias pomposas se desarrollaba,
en la ciudad de Santiago, república de Chile.
Debido
a su enorme popularidad y reputación alcanzado, es contratado por la cervecería
San Juan de Pucallpa, e ingresa a trabajar en el área de Relaciones Públicas,
donde compone canciones dedicadas a la empresa ucayalina, que permitió
consolidar la imagen, la comercialización y el prestigio de la organización
cervecera en el país y fuera de sus fronteras. Igualmente aprovecha la ocasión,
para grabar una copla casi anónima y desdeñada en el tiempo, canción intitulada “El gallinazo”, que surgió
producto de una visita de trabajo al camal de la ciudad ucayalina. Pucallpa le
brinda fama, satisfacciones profesionales y económicas, pero a la vez
circunstancias espinosas y lamentables, como el fortuito accidente aéreo de una
pequeña avioneta que llevaba en su interior a Joshelín, incidente
que ocasionó el lisiado
perdurable de su pierna izquierda.
Pero
Joshelín es consciente que su universo, disposición y labor es eminentemente artística
y retorna a San Martín a proseguir con el designio emprendido, indagando y
generando corolarios musicales encumbrados. Ahora innova su mirada y
perspectiva de género acústico;
incursionando con pasión por los ritmos con acento popular y efecto
latinoamericano; idea que mantenía siempre latente en su fibra hacedora, a
razón de su rauda gira efectuada a la república altiplánica de Bolivia.
Entonces en Tarapoto promueve, organiza
y crea agrupaciones folklóricas, como: Pajatén, Cosecha y Takarpo, de
donde germinan hermosísimas canciones con testimonios regionales como: Chuí
Chuí, el Canoero, Linda yanasita, etc.
Fruto
de ese cambio de parecer musical, rematan un ramillete de tonadillas
folclóricas, cuyos títulos no menos sustanciales son: América, a Latinoamérica,
Soy amazónico, a ti San Martín, Eres como un ángel, Soy ecológico, Flor de
montaña, La cosecha, Potranca, Pueblo escucha pueblo, Campanero, Mamaquero, Hay
que vencer al rival, Mujer, Hombre,
Palomita de ojos negros, Pajarito y palomita,
Alahuita mi juanita, Paloma de la paz, Huascan Boys de Lamas, etc.
El
15 de junio de 1994 durante el primer gobierno municipal del Profesor Dílfrido
Soria Diaz; mediante certamen de convocatoria regional, Joshelín se inmortaliza
y pasa a la historia, al crear la letra y música del Himno a Lamas. La
premiación, los honores y el reconocimiento de tan singular acontecimiento se
llevan a cabo la noche del 2 de julio en acto público. Finalizada la
multitudinaria ceremonia, la ciudad soporta una torrencial lluvia; entonces es cuando, portando su diploma de
honor y su medalla dorada; se acerca a su amigo Tito Benites Flores, otro de
los homenajeados por ser el autor del Escudo oficial de Lamas, para decirle
aquella profecía: “Así llovió en Bonn (Alemania) el día que Beethoven compuso
el ‘Himno a la Alegría’ del poeta Schiller en el siglo XVII, como también, así llovió
el día sus funerales”.
La
noche del domingo 25 de septiembre del 2005, su tierra natal repentinamente es
estremecida por un movimiento de tierra, que origina secuelas apesadumbradas de
carácter irreparable, material y psicológico. Joshelín no está ajeno al dolor
de su pueblo y percibiendo la magnitud
del suceso, con celeridad compone dos temas referentes y tributados al momento
coyuntural que se vivía: “Terremoto” y “Bienvenidos a Lamas”. Equivalente a
ello, produce ritmos innovados con acentos modernos, lentos y corridos, algunos
tipo rock pop, como por ejemplo: Estibadores de mi país, Si te pica la isula,
Volverás, Indano, Cenizas, Paloma mía,
Se llama Juan, Asamblea verde,
Rock de Paco; como también compone
“Jesús cordero de Dios”, un infalible himno sacrosanto de perfil piadoso que
llega favorablemente a los oídos e inquietudes
de la feligresía católica, evangélicas y de las demás sectas religiosas
de San Martín.
Posteriormente,
la ascendente carrera artística de Joshelín, está reflejada en explícitos
triunfos primorosos, merced a su creatividad, imaginación, sensibilidad y
fuerza de su arte. Conquistas y galardones consecutivos en diferentes
certámenes musicales, como lo obtenido
en el Festival de la Amazonía Peruana realizada en Iquitos en 1995; y
por la Empresa de telefonía CLARO el año 2013 en Lima. Autor de piezas
bellísimas de tierna y realzada sensibilidad y de composiciones extraordinarias y coplas, donde
canta a la naturaleza, el medio ambiente, la ecología y al cuidado del planeta
tierra. Asimismo es creador intelectual de himnos y partituras dedicadas a
diferentes distritos y pueblos de la región San Martín.
Admirador
confeso de los solistas cubanos Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, y las bandas
inglesas The Beatles y The Rolling Stones.
Joshelín
es un artista que, a través de su música, siempre intentaba expresar emociones
y describir las verdades más profundas, mediante los sentimientos personales de
carácter tradicional, popular y nacional. Practicó y cantó diferentes géneros,
desde un estilo post-romántico, luego romántico, rock clásico, micro tonal,
folklórico y hasta música de vanguardia. En sus interpretaciones buscaba
socializar “melodías de cada día”, es decir natural, amena y sencilla, que
pudieran llegar a la lucidez de los niños. A través de su arte buscó siempre la
belleza perfecta y fue un constante creador de la hermosura, utilizando
palabras, ritmos, melodías y armonías de una forma encantadora al oído y al
espíritu. A veces con esa energía, franqueza y sencillez que le caracterizaba, lo
escuchábamos decir: “Para que la sociedad cambie, primero el mundo debe cambiar
de nuevo”. Más que dinero, el arte me ha
dado satisfacciones personales, mucho cariño y sobre todo grandes amigos, que
es lo más importante en vida, advertía siempre.
Como
músico floreció tan preocupado y con perseverante disposición para trabajar.
Amó tanto su profesión que se dedicó de manera completa en buscar sonidos
y preparar textos que suenen con hondura esperanzadora
como el canto simple del “Chuí Chuí”, o las melodías con ternura y apego de sus
“24 horas” que continúa expresando suspiros
y pulsaciones hondas en el
corazón de los hombres y mujeres, que saben conjugar el verbo amar. Con su voz
acompasada buscó una propuesta innovadora, y lo encontró con sus letras hechas
poesía y sus poemas hechos canción. Y por eso el “Himno a Lamas”, donde al
componerlo puso todo su amor e identificación por su pueblo, perdurará intangible y venerado en el paso imperecedero
de los tiempos.
El
viernes 02 de abril de 2013 y por Semana Santa, Joshelín aparece por última vez
en público y tal vez anunciando que la crisis final está muy cercana, victoriosamente
se despide en el Wayku de Lamas, cantando el misericordioso tema “Jesuscristo”
del brasileño Roberto Carlos. El epítome de esta presentación ante la
muchedumbre, fue el último rayo de luz de su vida.
Pues, el camino vivencial de un hombre colmado
de categóricos triunfos, se une a la enfermedad para provocar como en todo ser
mortal, el ominoso desenlace. En la segunda mitad del año 2014, le aparece una
severa constricción al intestino delgado y tiene que ser evacuado de emergencia
al hospital Casimiro Ulloa de Lima, donde reposa en su lecho silencioso,
asistido por su médico de cabecera, con quien conversa apaciblemente sobre arte
y la peculiaridad de la selva peruana. El contexto coyuntural difícil que vivía
el artista y su familia, hace que las ciudades de Lamas, Tarapoto y la región
San Martín, lancen sus recados de solidaridad para neutralizar el aciago
momento, pero para la hora
del relámpago final, ya nada vale. Pero Joshelín
tiene esperanzas de sanar sin que él, se dé cuenta real de lo que sucede, pero
aun así, sintiéndose mal, lejos de su tierra y sin la anuencia de los médicos,
exige tercamente que le regresen a San Martín para prolongar su recuperación;
petición aciaga que se cumple el 20 de agosto, y ser internado en el hospital
EsSalud de Tarapoto. A partir de allí, la luz de la gloria de Joshelín se va
elevando sobre el horizonte celestial, mientras que su cuerpo, se va
desnivelando perceptiblemente hacia lo inevitable. El 02 de septiembre empeora,
a tal extremo que ya no puede hablar, menos cantar, pero sí con su letra algo
ilegible logra escribir en un papel: “Os ruego que mi corazón sea depositado en
mí querida Lamas”. A las 6.20 a.
m. en la aurora del día 04, al ritmo isócrono del amor y una cándida melodía; y
producto de una septicemia letal, la impostergable e inexorable muerte viene a recogerle y la voz en activo
del gran Joshelín se apaga eternamente. Y es que la vida de los grandes
inspiradores, muchas veces disfrutan de sus bemoles analogías, o tal vez sus
puras coincidencias ya trazadas con antelación; porque igualmente, 40 minutos
después, deja de latir el corazón de otro magnánimo de la música moderna, el idolatrado
Gustavo Adrián Cerati, mítico líder (guitarrista y vocalista) de la banda
argentina Soda Stereo. Aquel día, marcó
una fecha fatídica, donde la historia y el destino unían sus voces para
cantar su coral: “todos los hombres tienen que morir”. Un peruano nacido en
Lamas y un argentino nacido en Buenos Aires, vuelan juntos a la eternidad, para
cantarle a Dios y a los ángeles, cada uno con su estilo propio y sus
posibilidades artísticas, bellas inspiraciones y recados llenos de pasión, paz,
integración y justicia social.
El día 06 en una mañana
sombría, en recorrido desde Tarapoto, el féretro con los restos físicos de
Joshelín ingresan a su tierra natal, donde es recibido por el pueblo con olores
de multitud, honores protocolares y enormes gratitudes, al ritmo marcial de la
letra y música del Himno a Lamas que él había erigido; para que inmediatamente
la ciudad soporte una tempestuosa lluvia, tal como el mismo lo había dicho al
autor de esta crónica, la noche del sábado 02 de julio de 1994, recordando al
genial compositor alemán Louis Van Beethoven, el sublime creador universal de bellas e inmortales
sinfonías.
A la edad de 65 años, se
extinguió la vida de uno de los más grandes creadores de la inspiración, que
proveyó la historia musical de Lamas, el que con su predilecta voz y sus
sonidos regulados, supo hacer escuchar los aplausos más delirantes de la platea
sonora en el Perú y Sudamérica. Dios quiso convocarlo a su lado, para que
arriba, junto a su padre don José Antonio toque convenientemente la guitarra y
Joshelín imponga su exquisita voz; y entonces Gunther su hermano, cogiendo la
paleta de sugestivos colores, logre dibujar un lienzo enfundado de líneas y
matices que expresen mensajes rebozados de unidad, solidaridad, fraternidad,
luminosidad y afinidad colectiva, para
que Lamas, San Martín y la sociedad
peruana, canten en ronda su ansiado desarrollo integral con equidad
y bienestar para todos.
Una fría y obscurecida cruz
de madero sembrado frente al pabellón “Santa Cruz de los Motilones” del
cementerio “San Gabriel Arcángel” de la ciudad tricentenaria, nos perpetúa que
después de todo, ahora solamente lo terrenal nos separa de él; como también su existencia y en particular su
notable obra sonora plasmada con propiedad y originalidad; subsistirá,
reverenciado y eternamente en nuestras recónditas percepciones y benévolo espíritu.
TITO BENITES FLORES